Hace casi dos mil años atrás, Jesucristo dio Su vida en la cruz por el perdón de nuestros pecados. De por si, este sacrificio es increíble, pero es aún más increíble cuando entendemos todo lo que Jesús tuvo que pasar para llegar a este punto, y cuando entendemos que lo hizo todo sin pedir nada a cambio. Podría comenzar con el principio de la historia de la humanidad, resaltando todo lo que Dios ha hecho por nosotros, y lo mucho que ha tolerado nuestros pecados, una y otra vez. Podría mencionar, también, cómo nuestros pecados y nuestras tribulaciones afectan a Dios, a tal punto de que Génesis 6:6 nos dice que cuando Dios vio la maldad de la humanidad, “le dolió en el corazón.” En otras palabras, Dios sufre por nosotros.
Pero, no cabe duda alguna que este sufrimiento llegó a su clímax en la cruz, cuando Jesús (Dios hecho hombre) fue traicionado por uno de Sus seres queridos (Judas Iscariote), fue abandonado por los que lo siguieron por tres años (los discípulos), fue negado por uno de ellos (Pedro), estuvo toda la madrugada de juicio en juicio, sin comida ni agua, y finalmente fue crucificado por las mismas personas que apenas unos días atrás clamaban por Él (Mateo 21:9-11). Todo esto es aparte de la humillación (Lucas 22:63-65), los azotes (Juan 19:1-3), y el dolor indescriptible de estar en la cruz por alrededor de seis horas (Marcos 15:25, 34), mientras que la humanidad que tanto ama simplemente lo miraba con desprecio.
La crucifixión es el evento singular que mejor expresa el amor de Dios por nosotros, y la misma Palabra nos dice que Jesús hizo todo esto por amor (Juan 3:16; Romanos 5:8; 1 Juan 4:19; Efesios 5:25). La pregunta no es, entonces, ¿por qué Jesús hizo lo que hizo? Sabemos que fue por amor. Mas bien, lo que realmente quisiera saber, y lo que realmente quisiera que tu te preguntes es, ¿qué ganó Jesús con dar Su vida por nosotros?
La verdad es que podríamos hacernos esta pregunta sobre básicamente todo lo que Dios hace. ¿Qué gana con crearnos? ¿Qué gana con bendecirnos? ¿Qué gana con escuchar nuestras oraciones? ¿Qué gana con darnos Su Palabra? ¿Qué gana Dios?
La contestación a todas estas preguntas, claro está, es nada. Dios no gana nada con hacer todo lo que hace por nosotros, pero lo hace. Jesús no ganó nada con sufrir tanto por nosotros, morir en la cruz, y ofrecernos salvación, pero lo hizo. Y, a pesar de no ganar nada con amarnos, Él nos sigue amando. En este momento quisiera parafrasear las palabras del salmista cuando dijo, “¿Quién es el hombre, para que en él pienses? ¿Quién soy yo para que me tomes en cuenta (Salmo 8:4-5)?” Nosotros no somos nada al lado de Dios, y sin embargo se preocupa por nosotros.
Piensa en cómo nosotros andamos por la vida, sin pensar en todas las hormigas que posiblemente estamos matando en nuestro caminar. ¿Por qué? Porque, al lado de nosotros, las hormigas son insignificantes; no tenemos por qué pensar en ellas, ni tomarlas en cuenta cuando caminamos. Nosotros, sin embargo, somos infinitamente más pequeños e insignificantes al lado de Dios, de lo que las hormigas son al lado de nosotros. Pero, a pesar de esto, Dios sí piensa en nosotros. ¿Por qué?
Quisiera, ahora, enfocarme un poco en nosotros, los seres humanos, y hacer la misma pregunta con relación al bien. Con pocas excepciones, los seres humanos buscamos hacer el bien, o por lo menos lo que pensamos que es el bien. Existen diferentes razones para esto, desde explicaciones naturalistas que nos dicen que nuestro deseo de hacer el bien es el resultado de la evolución y la selección natural, hasta explicaciones religiosas que nos dicen que debemos de buscar agradar a Dios. Sea cual sea la razón, por lo general el ser humano busca hacer el bien, y evitar el mal.
Pero, ¿qué pasa cuando ya no encuentras razones para seguir haciendo el bien? ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando me doy cuenta de que nada de lo que hago tiene ningún valor, y por lo tanto debo de simplemente hacer lo que me hace feliz? ¿Qué pasa cuando veo que el hacer el bien solo causa más sufrimiento, mientras que los que hacen el mal parecen prosperar? ¿Qué ocurre cuando pierdo todo interés en el bien común, o el bienestar de los demás? En el momento en el que perdemos toda razón para hacer el bien, y sentimos que no ganamos nada con hacerlo, ¿para qué hacer el bien?
Existen varios modelos éticos que buscan contestar esta pregunta, y sin entrar muy de lleno en un análisis filosófico, quisiera resumir los modelos más populares. Primeramente, como ya mencioné arriba, está la perspectiva de que la moralidad es el resultado de la evolución y la selección natural. Bajo esta perspectiva, el hacer el bien es solo una manera para lograr nuestra propia sobrevivencia. Segundo, está el utilitarismo, el cual establece que una acción es buena cuando beneficia a la sociedad o humanidad en general. En otras palabras, hacemos lo bueno por el bien común. Tercero, también mencionada arriba, está la perspectiva religiosa, que, aunque tiene diferentes expresiones dependiendo de la religión, un elemento en común es que hacemos el bien porque ésta es la manera de agradar a Dios (o a los dioses), y evitar el castigo.
Quizás ya lo has notado, pero a pesar de ser tan distintos estos tres modelos, los tres están centrados, de alguna manera u otra, en el bienestar del ser humano. Aún la tercera, la cual busca agradar a Dios, vemos que la razón por la cual es importante agradar a Dios es porque solo así recibiremos bendiciones y evitamos castigos. Así, que, aún esta tercera perspectiva tiene un enfoque en el ser humano. Claro está, esto es solo un resumen superficial de tres modelos. Existen muchos modelos adicionales, y cada modelo tiene diferentes expresiones y elementos, mucho más complejo de lo que acabo de describir. Pero, creo que es suficiente como para establecer uno de mis puntos principales: el ser humano tiende a hacer el bien para recibir algo a cambio. Las únicas posibles excepciones son casos de altruismo e instintos protectores (una madre protegiendo a su hijo, por ejemplo), pero aún estos casos podrían ser explicados como instintos de sobrevivencia o el bien común (el cual nos beneficia a nosotros, también).
Ahora, quisiera aplicar esta mentalidad, no solo al tema de hacer el bien, sino al tema de servir a Dios. Para esto, quisiera dar un ejemplo.
Imagina ser cristiano de casi toda la vida, y que tu mayor deseo sea agradar y servir a Dios. Ahora, imagina que toda esa vida esté llena de problemas, enfermedades, muerte, y diversas tribulaciones. Imagina creer en un Dios que sana, pero cuando tu madre está enferma, oras y oras, y Dios nunca la sana. Imagina amar a alguien con todo tu corazón, solo para perderlos en un accidente inexplicable, aún cuando llevas años pidiéndole a Dios que traiga a esa persona a los caminos del Señor para que sea salva. Imagina perder ese ser querido que nunca conoció a Cristo. Imagina entregarte a la Iglesia, ministerios, servicio, amor al prójimo, etc., y lo único que recibes a cambio son golpes, críticas, traiciones, y bochinches. Imagina reconocer que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y saber que congregarte es un mandato bíblico, pero que las mayores heridas en tu vida han venido precisamente por esa Iglesia.
En cada una de estas situaciones, creo que es natural preguntarse, ¿para qué seguir? ¿Para qué hacer el bien, o servir a Dios, si de nada me ha valido hacerlo hasta el momento? ¿No es mejor simplemente vivir mi vida como me de la gana, y de esta manera quizás lograr un poco de felicidad?
Pero, aunque esta pregunta es perfectamente natural, creo que también es un reflejo de una mentalidad egocéntrica, la cual busca hacer el bien solo para recibir ciertos beneficios. Si el no recibir nada bueno a cambio de hacer el bien es razón suficiente para dejar de hacer el bien, entonces la única razón por la cual hacía el bien era para recibir los beneficios. Si el silencio de Dios en medio de un momento de aflicción es suficiente como para dejar de creer y servirle a Dios, entonces la razón por la cual creía y le servía a Dios era solo porque quería algo a cambio, no porque lo amaba.
Es entendible querer recibir cierta recompensa por hacer el bien o creer en Dios, y también es entendible el desanimarse y perder el deseo de seguir haciendo el bien cuando lo único que recibimos a cambio es el mal. Pero, creo que hay varias cosas importantes que debemos de entender. Primeramente, la Palabra nos manda a hacer el bien, aún cuando no recibimos nada a cambio (Lucas 6:35). El bien se hace porque es el bien; lo correcto se hace porque es correcto. Punto. Segundo, como ya expliqué arriba, Jesús lo entregó todo por nosotros, sufriendo de una manera tan grande que ningún sufrimiento nuestro se puede comparar. Y, lo hizo sin pedir ni recibir nada a cambio. Si Jesús es nuestro modelo a seguir, y todo lo que hizo, lo hizo sin pedir ni recibir nada a cambio, entonces nosotros debemos de buscar hacer el bien y servir a Dios, también, sin pedir nada a cambio. El verdadero amor debe de ser incondicional. Amo a Dios porque Él es Dios, no por todo lo que puede hacer por mi. Tercero, nuestra recompensa no es terrenal, sino que es eterna (Mateo 5:12; Tito 3:7).
Una y otra vez la Palabra nos dice que en esta vida pasaremos muchas aflicciones, pero nos exhorta a mantenernos firmes porque nos espera la recompensa de la vida eterna (Romanos 8:18; 1 Pedro 5:9-10). Quiero repetir que la razón por la cual hacemos el bien es porque es el bien, no para recibir nada a cambio. Pero, a pesar de esto, la realidad del caso es que la Biblia sí nos promete recompensa por hacer el bien. Pero, esta recompensa no es algo que viviremos a plenitud aquí en la tierra, sino que es algo que solo se cumplirá en su totalidad en la vida eterna. Mientras vivamos aquí en la tierra, recordemos que vivimos en un mundo caído, y por lo tanto el dolor y el sufrimiento es de esperarse. Y, aunque es entendible que, en medio de este sufrimiento, uno pierda ánimo y ganas de seguir haciendo el bien y sirviendo a Dios, ¡qué triste sería que, por buscar un poco de felicidad temporera aquí en la tierra, perdamos la oportunidad de disfrutar de la vida eterna! De nada vale ganar al mundo entero y perder tu alma en el proceso (Marcos 8:36).
Antes de concluir, quisiera volver a los tres modelos éticos mencionados arriba, y ver cómo la perspectiva bíblica de hacer el bien hace de cada modelo uno mejor, comenzando por el modelo naturalista, el cual solo busca la sobrevivencia. Si realmente somos seres dualistas (cuerpo y espíritu), y si realmente lo que la Biblia nos enseña sobre el pecado y la salvación es verdad, entonces una mera sobrevivencia física no es suficiente. El modelo bíblico nos garantiza, no solo una sobrevivencia temporera, sino que nos ofrece la vida eterna, lo cual es infinitamente superior a una mera sobrevivencia física.
El modelo utilitario se enfoca en el bien común, lo cual de por sí es un poco problemático, pero dejaré eso pasar por el momento. Si realmente la razón por la cual debemos de hacer el bien es para procurar el bien común, ¿qué mejor bien que la salvación de la humanidad? Conocer a Dios, servirle, amarle, entregar nuestra vida a Cristo; todo esto produce la mayor cantidad de beneficios posible para todo el que lo hace. Por lo tanto, el modelo bíblico realmente es el de mayor utilidad que puede existir.
Por último, el modelo religioso, el cual solo busca agradar a Dios para recibir ciertos beneficios y evitar el castigo es uno que, al final del día, resulta ser opresivo. Si Dios realmente es el Ser Supremo, entonces nada de lo que nosotros hagamos aquí en la tierra puede ser suficiente como para agradar a Dios en su totalidad. Siempre cometeremos errores, y por lo tanto siempre estaremos en riesgo de recibir castigo de parte de Dios (o de los dioses). El modelo bíblico, sin embargo, nos dice que la salvación es un regalo de parte de Dios, el cual no podemos ganar con nuestras obras (Efesios 2:8-9). Esto nos da la libertad de vivir para Él, no porque recibiremos algo a cambio, o por miedo a ser castigados, sino simplemente por amor.
A ti que sientes que has perdido toda razón para seguir haciendo el bien y sirviendo a Dios, te exhorto a que recuerdes la razón por la cual entregaste tu vida a Cristo en el inicio. El camino no ha sido fácil, pero, en medio de toda aflicción perseveramos, luchamos, y seguimos amando y sirviendo a Dios porque Él es Dios. De eso se trata la vida. El bien es Dios mismo, el bien común es la vida eterna, y para esto fuimos creados (Efesios 2:10).
No te rindas. La recompensa al final hará que todo esto haya valido la pena. Créelo.
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