
“Oro, y oro, y aún así, no logro tener paz.”
Hace poco leí estas palabras de parte de un cristiano que ha perdido esperanza, y no es la primera vez. En mis, aproximadamente, doce años como cristiano, tantas personas se me han acercado, buscando consejos cuando se encuentran desesperados, ansiosos, desanimados. He notado que un factor común entre todas estas personas es un sentir de que, por más que oran, Dios no parece estar escuchando. Otro factor común es un deseo genuino por seguir creyendo en Dios, pero su fe, en ese momento, está tambaleando.
Dios no nos promete una vida libre de preocupaciones o de problemas. Al contrario, Jesús nos garantiza que en el mundo tendremos aflicciones (Juan 16:33), y el nuevo testamento está lleno de afirmaciones similares. Sencillamente, el sufrimiento es de esperarse, especialmente para el cristiano.
Pero, decir esto no ayuda a una persona que está pasando por un tiempo difícil. Imagínese que acabas de ser diagnosticado con cáncer, y en tu tristeza y preocupación vas donde tu pastor, buscando aliento, y su respuesta solo sea, “Jesús ya te dijo que el sufrimiento es parte de esta vida.” ¿Cómo te sentirías, ante esta respuesta? Seguramente, frustrado o desanimado. Lo que no sentirías es esa paz que la Palabra nos promete (Juan 14:27), y que andas buscando.
Ante este tipo de aflicción, existen varias respuestas comunes, todas válidas. “Confía, que Dios obrará en Su tiempo.” “No estéis afanado por nada.” “Sigue orando, y creyendo. Dios es fiel.” Todas estas respuestas son bíblicas, y pueden ser beneficiosas para algunas personas. En mi caso, lo que he notado que más ayuda a las personas que andan buscando paz o consejo en medio de alguna aflicción es hacerles entender que no están solos. Cuando la persona comienza a entender que su sufrimiento es compartido, y que sus dudas, frustraciones, o desánimo no la hacen menos cristiana, es como quitarle un peso de encima, el cual le estaba impidiendo alzar su cabeza y poner su mirada hacia el futuro. Hay esperanza.
Esta empatía, en ocasiones, es bien difícil de sentir cuando leemos la Biblia. En la Biblia, leemos tantos ejemplos de personas que pasaron por ciertas aflicciones, pero mantuvieron su confianza en Dios. Vemos ejemplo, tras ejemplo, en donde Dios escucha las oraciones de Su pueblo, los sana, los libra de todo mal, hace milagros. El propósito de estas grandes historias es mostrarnos el poder y la fidelidad de Dios, y de esa manera darnos esperanza cuando estamos afligidos. Pero, en el momento del desánimo, estas historias, en ocasiones, solo sirven para resaltar cuán desamparados nos sentimos.
“¿Por qué Dios no me sana como sanó a los leprosos? ¿Por qué no se manifiesta como se manifestó en medio de Israel? ¿Por qué no me demuestra Su existencia como lo hizo con Tomás?”
Además de esto, es posible que, al leer tantas historias de fe, comencemos a compararnos con estos grandes personajes bíblicos que creyeron hasta la muerte, y comencemos a pensar que, sencillamente, no tenemos suficiente fe. “Yo no creo como Abraham, quién decidió seguir a Dios, sin conocerle. No tengo la confianza de Sadrac, Mesac, Y Abednego, quienes enfrentaron la muerte en el nombre de Dios. No tengo la fe de Pedro, quién sanó a miles de personas de un cantazo. Quizás es por esto que Dios no me escucha, ni me sana. No es que Dios no existe, es que no soy lo suficientemente cristiano.”
Uno de los ejemplos más impactantes de la fe y la confianza lo vemos en Pablo, quién dejó todo el poder y la autoridad que tenía dentro del imperio romano, y se dedicó a predicar el evangelio hasta el día de su muerte. En el momento en el que decidió entregar su vida a Cristo, la vida de Pablo fue llena de persecución, y muchas aflicciones. Pablo fue apedreado y arrestado en más de una ocasión, y, según la tradición, terminó muriendo en la cárcel por predicar el evangelio. Sin embargo, Pablo parece nunca perder su fe.
En el nuevo testamento, tenemos por lo menos cinco cartas escritas por Pablo mientras estaba en la cárcel (Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón, y 2 Timoteo). En estas cartas podemos ver cómo Pablo, a pesar de estar encarcelado, seguía predicando el evangelio, nunca permitiendo que sus circunstancias le roben el gozo y la esperanza que Cristo le dio. Cuando Pablo nos dice, entonces, que “Por nada estéis afanosos, sino que sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús,” podemos estar seguros de que esto es algo que Pablo sabía que era cierto, porque lo estaba viviendo.
Cuando una persona que está sufriendo, como Pablo, nos dice que Dios nos dará paz en medio de la tribulación, además de ser impactante, nos da un sentido de confianza porque sabemos que, si lo está diciendo, es porque lo cree. Esta persona no gana nada con mentir, en esta situación, y le sería mucho más fácil decirnos la “verdad,” de que dejemos de creer porque Dios no contesta oraciones. Pablo, entonces, es un ejemplo de fe y de esperanza, el cual debería de servir para ayudarnos a mantener nuestra propia fe y esperanza en medio de nuestras tribulaciones.
Sin embargo, Pablo no era perfecto. Pablo también se desanimó, en ocasiones, incluso llegó a perder un poco de fe y de esperanza. Esto es algo que solo podemos notar si leemos sus cartas desde la prisión en orden cronológico (Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón, y 2 Timoteo). En Efesios vemos que Pablo les dice a sus lectores que “no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria” (3:13), y al final les dice que va a enviar a Tíquico, su “hermano amado y fiel ministro en el Señor, el cual envié a vosotros para esto mismo, para que sepáis lo tocante a nosotros, y que consuele vuestros corazones” (6:21-22). En otras palabras, Pablo les estaba diciendo, “No se preocupen por mi. Estoy bien.”
En Filipenses vemos algo similar, pero más explícito. La carta entera fue escrita con el fin de darles ánimo y esperanza a los filipenses en medio de su sufrimiento, y para que no se preocupen por él (porque estaba encarcelado). El pasaje que más me impacta de Filipenses es 1:19-20, en donde Pablo declara, con fe, de que “Sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado.” En otras palabras, Pablo estaba declarando que Dios escucharía las oraciones de la iglesia, y que sería liberado de la cárcel. La fe y la esperanza de Pablo era verdaderamente increíble.
En Colosenses, Pablo dice que se goza en su sufrimiento (1:24), y menciona a todas las personas que lo acompañan en su encarcelamiento, dando gracias por ellos (4:10-15).
En Filemón, Pablo hace una declaración similar a la de Filipenses, llevándolo aún más lejos al pedirle a Filemón que “Prepárame también alojamiento; porque espero que por vuestras oraciones os seré concedido” (1:22). En otras palabras, Pablo estaba tan confiado en que iba a ser librado de la cárcel, que estaba hasta pidiendo que le preparasen un espacio para quedarse.
Hasta ahora, todo parece indicar de que Pablo mantuvo su fe y su esperanza durante todo el tiempo (años, posiblemente) que estuvo en la cárcel, y usó su situación para darles esperanza a los demás. Sin embargo, cuando leemos la última carta de Pablo escrita en el nuevo testamento (2 Timoteo), vemos una actitud totalmente distinta. La carta, de por sí, tiene un tono un tanto negativo, advirtiéndole a Timoteo que sufriría por el evangelio (2:3), mencionando en más de una ocasión su propio sufrimiento (1:8; 2:9), y profetizando un tiempo de peligro, en el cual la gente odiará lo bueno, y dejará de escuchar la Palabra de Dios (3:1-9; 4:3-5).
En cuanto a su encarcelamiento, fíjense en cómo se expresa. Comienza expresando su deseo de ver a Timoteo (1:4), y luego dice que no se avergüenza de su sufrimiento, “porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar depósito para aquel día” (1:12). Aquí vemos la fe y la esperanza de Pablo, pero fíjense cómo ahora tiene su mirada en una liberación espiritual (“aquel día”), a diferencia de las otras cartas en el que Pablo parecía estar afirmando que sería liberado de la cárcel aquí en la tierra (“prepárame alojamiento”). Vemos un cambio de tono, entonces, en la fe de Pablo, posiblemente indicando que había aceptado que moriría en la cárcel.
Varios versos más adelante, Pablo dice que “Me abandonaron todos los que están en Asia, de los cuales son Figelo y Hermógenes.” Recuerden que en las cartas anteriores, Pablo mencionaba a todas las personas que lo acompañaban en su situación, y daba gracias por ellos. Ahora, estaba diciendo que todos lo habían abandonado. Tan afligido estaba Pablo por este abandono que lo vuelve a mencionar al final de la carta, mencionando por nombre a algunos de los que lo abandonaron, pidiéndole a Timoteo que lo visite pronto porque se sentía solo (4:9-10). Incluso, vemos una actitud un tanto rencorosa, de parte de Pablo (en mi interpretación), cuando menciona a un tal “Alejandro el calderero” que “me ha causado muchos males,” y pide que “el Señor le pague conforme a sus hechos” (4:14). Claramente, Pablo estaba herido, emocionalmente, y no podía contener sus emociones.
Finalmente, vemos en los versos 4:6-8 una resignación, de parte de Pablo, “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.” Fíjense en la diferencia de actitud en este pasaje, comparado con las otras cartas que cité arriba. En Filipenses, Pablo estaba confiado en que sería liberado de la cárcel, y en Filemón le pidió que le preparase alojamiento, porque sabía que iba a ser librado. Sin embargo, en 2 Timoteo, lo vemos aceptando que iba a morir en la cárcel, y ahora su esperanza estaba puesta en la eternidad, no en la tierra.
Honestamente, no veo otra manera de decirlo. Claramente, para el final de su vida, Pablo había perdido la fe y la esperanza de que sería liberado de la cárcel, mostrando su humanidad. Cuando pensamos en personas como Pablo, solo pensamos en su gran determinación, su fe, su disciplina, etc. Esto hace que estos personajes, en ocasiones, se sientan muy lejos de nosotros. Sentimos que nunca podremos llegar a tener su fe, y que ellos nunca pasaron situaciones como las que nosotros estamos sufriendo. Sin embargo, historias como la de Pablo nos demuestra totalmente lo contrario. Pablo (y los demás personajes bíblicos) pasaron situaciones similares o peores que las que nosotros pasamos. Y, al igual que nosotros, en ocasiones estas personas perdieron su fe.
Les menciono esto porque es bien importante que entiendan que nosotros no estamos solo, a la hora de sufrir. Nuestra situación no es única, y cuando comenzamos a perder fe o esperanza, eso no nos hace menos cristiano o cristiana. ¿Quién se atrevería a decir que Pablo, en 2 Timoteo, ya no era un verdadero creyente? ¿Quién se atrevería a decir que no tenía suficiente fe? Nadie. Sin embargo, la realidad es que, aún con toda su fe, era humano, y llegó a desanimarse. Pablo sintió soledad, se sintió abandonado, y no todas sus oraciones fueron contestadas.
¿Te puedes identificar con eso? Yo si.
Sin embargo, lo que sí es cierto es que, a pesar de sentirse así, Pablo nunca se rindió. Si muy bien es cierto que llegó a aceptar la realidad de que iba a morir encarcelado, nunca perdió esperanza de que la verdadera liberación ocurriría en el cielo. En otras palabras, no fue una completa pérdida de fe, sino que solo fue un cambio de perspectiva. Y, quizás es ese cambio de perspectiva que necesitamos, nosotros.
La Biblia nos promete que Dios escucha nuestras oraciones, y que nuestras oraciones han sido contestadas (1 Juan 5:15). Pero, esto no quiere decir, necesariamente, que todas nuestras oraciones serán contestadas aquí, ahora, y de la forma que imaginamos. Sabemos que Dios sana, aquí en la tierra, pero la verdadera sanación ocurrirá en la eternidad. Sabemos que Dios nos libra de la muerte, aquí en la tierra, pero la verdadera vida eterna la disfrutaremos luego del final de los tiempos. En otras palabras, quizás parte de nuestro desánimo es que estamos manteniendo nuestra mirada en la tierra, mientras que la debemos de tener puesta en el cielo. Es ahí donde se encuentra nuestra verdadera esperanza, y es ahí en donde sentiremos el gozo y la paz que tanto buscamos.
Esto no quiere decir que dejemos de pedir que Dios obre, aquí y ahora. Sólo quiere decir que tengamos claro que el cumplimiento pleno de las promesas de Dios se dará en el más allá, y no aquí. De esa forma, podemos seguir creyendo en que Dios escucha nuestras oraciones, pero a la misma vez podemos mantener nuestra fe cuando nuestras oraciones no parecen ser contestadas. Sabemos que serán contestadas, pero esa respuesta no necesariamente la veremos en esta vida.
El ejemplo de Pablo, entonces, nos debe de llenar de esperanza porque nos enseña que es natural sentir desánimo o frustración. Es natural perder nuestra fe y nuestra esperanza, en ocasiones. Y, si te sientes así, no te creas que es porque no crees lo suficiente, o porque no eres un buen cristiano o cristiana. Dios no te ama menos, simplemente porque estás teniendo dudas. Es normal tener dudas, incluso yo diría que, en ocasiones es inevitable. Pero, seguimos luchando, peleando la buena batalla, y no permitimos que este desánimo nos paralice. Pablo siguió predicando el evangelio, aún en medio de su desánimo. Hagamos lo mismo.
Tú, que me lees, entonces, te exhorto a que sigas creyendo y trabajando. No te rindas. No estás solo ni sola. Dios está contigo. Pero, además de eso, sepa que yo, también, me desanimo. No eres el único o la única. Y, si yo puedo seguir hacia adelante, recobrando fuerzas y esperanza, tú puedes, también. Esforcémonos juntos, como el Cuerpo de Cristo que somos.
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