“Claman los justos, y Jehová oye, Y los libra de todas sus angustias.” Salmo 34:17
Recuerdo que estaba durmiendo. En par de días me iba a casar, pero honestamente hasta ese momento, no me había sentido nervioso sobre la boda. Esa noche, en casa de mami, me levanté de madrugada, y el primer pensamiento que me vino a la mente fue, “No te cases. Es un error. No la amas.” Inmediatamente, sentí el pecho apretado, comencé a sudar en frío, y no podía respirar. No sabía lo que me estaba pasando. Pensé que me estaba volviendo loco.
Esa fue la primera vez que recuerdo haber tenido un ataque de ansiedad. Pasó mucho tiempo desde esa noche hasta el día en que finalmente me di cuenta que tenía un problema, y pasaron años antes de que finalmente encontré la ayuda que necesitaba, y aprendí a manejarla. Fueron años de angustia (a veces, todavía lo es), llenos de mucho miedo y dudas (a veces, todavía las tengo), con pocas altas, y muchas bajas (a veces, todavía me siento en el piso). Pero, eventualmente logré perseverar, gracias a los psicólogos, a personas claves que me apoyaron en el camino, al cambio de rutina, y sobretodo, gracias a Dios.
Pero, muchos no tienen esa dicha.
Recuerdo que uno de los factores que lo hizo tan difícil enfrentar mi ansiedad es precisamente el factor que más me ayudó a vencerla: mi fe. Cuando comencé a tener estos ataques, sin saber lo que me estaba pasando, uno de mis primeros instintos fue asociarlo con el mundo espiritual. Yo no creo posible ser poseído por un demonio, una vez tienes a Cristo en tu corazón, pero sí creo en las aflicciones espirituales. En otras palabras, creo que a veces los demonios (o espíritus malignos, o ángeles caídos, o el nombre que le quieran dar) intentan atormentar a las personas, especialmente a los cristianos, con la intención de separarte de Dios, de la Iglesia, o de tus seres queridos. Es como un lobo que busca aislar a su presa, antes de atacar.
A los teólogos que posiblemente están leyendo este blog, les pido que no sean muy críticos con lo que acabo de decir. Honestamente, no he estudiado el tema lo suficiente como para saber si lo que creo es cierto o no; solo estoy intentando explicar cómo me sentí durante este proceso.
A raíz de todo esto, entonces, comencé a pensar que estaba siendo atacado, espiritualmente, o que estaba siendo disciplinado por Dios por alguna razón. Cuando me sentía así, comenzaba a orar, y a pedir perdón, y a hacerle promesas a Dios: “Te prometo que no vuelvo a pecar, Dios. Me voy a dedicar más. Voy a orar y a leer la Biblia todos los días. Solo líbrame de esta aflicción.” Esto me hacía sentir bien por un tiempo, pero inevitablemente volvía a tener otro ataque, y volvía a tocar fondo.
Este clamor por misericordia eventualmente se convirtió en uno de acusación, molesto con Dios por permitir esta aflicción, y por no sanarme, cuando Su Palabra nos dice, “Clama a mí, y yo te responderé.” Mi ansiedad, entonces, eventualmente debilitó mi fe, y eventualmente despertó en mi un deseo por dejarlo todo. Contemplé, sinceramente, la posibilidad de irme de la iglesia, abandonar mi fe, dejar de ser cristiano, y simplemente vivir mi vida. Algún día hablaré sobre ese proceso, y cómo Dios restauró mi fe en Él, pero por ahora quisiera enfocarme en el tema de la salud mental.
Como parte de este proceso de ansiedad, me di cuenta de que no podía mantener relaciones estables. No podía salir, no podía comer en un restaurante, no podía viajar. En fin, no podía estar en una relación saludable, y sentía que obligar a alguien a lidiar con mi ansiedad sería injusto. Aunque esta no es la razón principal por la cual no he podido mantener mis relaciones, no puedo negar que ha sido un factor importante. Pero, de nuevo, quizás sea tema para otro día.
La mayoría de las personas no saben cuán fuerte realmente ha sido este proceso de ansiedad para mí. Y la razón por la cual la mayoría de las personas no lo saben es porque yo nunca se los he contado. He contado algunas cosas a algunas personas, pero nadie en realidad sabe cuán bajo fue el fondo que yo toqué. Y, aún hoy día, cuando puedo decir con orgullo que he aprendido a manejar la ansiedad, nadie sabe cuán difícil realmente sigue siendo. Todos saben que yo tengo ansiedad, pero nadie sabe todas las cosas que yo tengo que hacer en preparación para una simple salida como visitar a un amigo. Nadie sabe el proceso detrás de cada compartir. Me ven sentado a la mesa comiendo, por ejemplo, y no saben que mientras hablo con ellos y sonrío, por dentro a veces siento que me estoy consumiendo.
La ansiedad no es simplemente ataques de pánico, que duran unos minutos y se van, sino que la ansiedad también afecta la estabilidad mental y emocional. Yo siento que estoy siendo constantemente bombardeado de pensamientos irracionales que tengo que derrotar para seguir siendo funcional. Mientras escribo esto, me percato que estoy moviendo la pierna, de manera agitada, porque nada más con pensar en todo lo que estoy explicando me causa stress. Mis ojos se han aguado ya dos veces en el rato que llevo escribiendo, y ni tan siquiera he dado detalles sobre lo que realmente se siente vivir con ansiedad. Reconozco que estoy siendo bastante ambiguo, pero esto es intencional.
La razón por la cual soy tan ambiguo cuando hablo de mi ansiedad; la razón por la cual nunca le he contado a nadie los detalles sobre lo que realmente he vivido en este proceso; la razón por la cual no cuento exactamente lo que he experimentado, es porque no quiero que cambien su manera de verme. Y, aquí voy llegando al propósito de este blog.
Cuando más fuerte era el proceso de ansiedad, más yo sentía que lo tenía que ocultar de los demás. La mayoría de las personas no entienden, o no quieren entender, la realidad de los problemas mentales. La primera vez que le conté a alguien lo que me estaba pasando, y que estaba contemplando ir a un psicólogo, su reacción simplemente fue reírse y decir, “Eso es mental. Tu puedes vencer eso.” Otros me tacharon de loco. Algunos cuestionaron mi fe, y me dijeron que no creía lo suficiente en Dios (lo cual aportó a mi crisis de fe durante este proceso). Me di cuenta que muchos cristianos asocian los problemas mentales con demonios (y, como ya vieron, yo no fui la excepción), o simplemente lo clasifican como “algo mental,” lo cual es otra manera de decir “algo que no es real.” Muchos no consideran a los psicólogos o a los psiquiatras como doctores reales, y a raíz de todo esto la Iglesia está llena de personas con problemas de salud mental, necesitando ayuda desesperadamente, sin saber cómo encontrarla.
Peor aún, muchos sienten que no pueden admitir que tienen luchas mentales por miedo a que los juzguen, los tachen de locos, pierdan sus posiciones en la iglesia, etc. Esto es lo que me pasó a mi, y es una de las razones por la cual hoy día hablo tan frecuentemente sobre la salud mental, con la esperanza de que algún día rompamos con los tabús asociados con este tema, y quizás construyamos una Iglesia que está capacitada para ayudar.
El pasaje que cité al inicio (Salmo 34:17 y 19) sirve de inspiración para este blog, y la razón por la cual llamó mi atención es por la relación entre los “justos,” y la angustia y las aflicciones. Como he explicado en el pasado, muchos piensan que ser cristiano implica ser bendecido siempre, o no tener problemas. Algunos piensan que si tienes problemas, es porque algo no anda bien en tu vida o en tu relación con Dios. Cuando comencé a padecer de ansiedad, la respuesta más común era simplemente que echara toda ansiedad sobre Dios (1 Pedro 5:7). En otras palabras, la razón por la cual estaba pasando por ansiedad, según estas personas, era porque no estaba confiando en Dios lo suficiente. Me recuerda a una de las respuestas de uno de los amigos de Job ante su sufrimiento.
Sin embargo, el Salmo 34 nos habla de los “justos,” un término que se usa para referirse a los que sirven, creen y confían en Dios. Así, que, cuando el salmista nos dice que Jehová libra al justo de sus angustias y aflicciones, además de enseñarnos sobre el poder, la fidelidad, y la misericordia de Dios, ¡nos está afirmando que los justos, también, sufren! El sufrimiento, entonces, no necesariamente es evidencia de que algo anda mal en tu vida o en tu relación con Dios, porque la Palabra nos afirma en más de una ocasión que en esta vida, vamos a sufrir. Lamentablemente, el sufrimiento es una parte inevitable de este mundo caído en el cual vivimos. Y, es por esta razón que la Palabra no nos promete una vida libre de sufrimiento, sino que, como en el Salmo 34, nos promete que, en medio de ese sufrimiento, Dios va a estar con nosotros.
Pablo nos dice que Dios nos consuela en medio de nuestras tribulaciones, “para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Corintios 1:4). Pero, para poder llevar este consuelo al necesitado, además de haberlo recibido nosotros de parte de Dios, necesitamos tener más empatía. La Iglesia carece de empatía ante ciertas aflicciones, pero sin esta empatía no podemos cumplir el llamado de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
La Iglesia, históricamente, ha ayudado a muchas personas y comunidades; esto no se puede negar. Pero, hay una comunidad que ha sido ignorada y marginada por demasiado tiempo, ya, y no es la que quizás muchos están pensando ahora mismo. Esta comunidad se compone de millones de personas alrededor del mundo que, de alguna manera u otra, luchan con su salud mental. Fuera de ofrecer oración (cuyo poder es real), la Iglesia en realidad no tiene mucho que ofrecerles a las personas con problemas mentales. Y, esto no es un problema exclusivo de la Iglesia, sino que es un problema en nuestra sociedad, como tal. En estos días vi cómo una persona se llenaba de miedo y angustia, temblaba, y lloraba, todo porque le dijeron que debía ir a un psicólogo.
¡Este miedo es inaceptable!
No debemos de tenerle miedo a un psicólogo o a un psiquiatra. No debemos pensar que tener un problema mental es un defecto, que eres loco/a, que vales menos o que eres débil. No debemos de pensar que si alguien se entera que tengo una condición mental, me van a tratar diferente, me van a ver diferente, me van a juzgar o me van a relajar. Como cristianos, y como sociedad, debemos de crear una comunidad en donde las personas puedan encontrar el apoyo que tanto necesitan, sea cual sea su condición. Necesitamos más cristianos estudiando psicología o psiquiatría. Necesitamos más conversaciones abiertas sobre la realidad de la salud mental. Necesitamos una mejor doctrina o teología sobre este tema, el cual sea bíblico y saludable. Y, necesitamos mas empatía.
Habiendo vivido este proceso personalmente, puedo decir cómo la Iglesia ha fallado en esta área, y es hora de cambiar. Puerto Rico ha visto un alza en problemas mentales en los últimos tres años, luego del huracán María, y aunque la Iglesia ha respondido en ciertas áreas, con pocas excepciones no hemos respondido en el área de salud mental. He visto a varias iglesias locales trabajando en esta área, y los aplaudo, pero necesitamos más. No podemos seguir con brazos cruzados.
Para los que están leyendo esto, y quizás se identifican con mi situación de ansiedad, y necesitan una palabra de consuelo, les ofrezco lo siguiente.
Primeramente, busque ayuda. No puedo enfatizar lo suficiente cuán importante es buscar ayuda, no solo a nivel profesional (un psicólogo, por ejemplo), sino a nivel personal (familiares y seres queridos). Busque a alguien que les pueda apoyar, y verás que eventualmente podrás perseverar.
Segundo, entiende que la enfermedad no es un castigo de Dios (Juan 9:1-12). De forma general, la enfermedad sí existe como consecuencia del pecado, pero esto no quiere decir que tu enfermedad en particular es consecuencia de tu pecado en particular. Eso no es sana doctrina, y solo sirve para atormentarnos y hacernos querer rendirnos. El que tengas un problema de salud mental no te hace menos cristiano o cristiana.
Tercero, hay esperanza. La Palabra nos dice, una y otra vez, que Dios está con nosotros, y nos librará de toda angustia y aflicción. Las promesas de Dios no son en vano, sino que se cumplen en su debido tiempo, bajo Su voluntad, porque Dios es fiel. Pero, no busques de Dios solo para que Él te sane, sino búscalo por amor. Habiendo perseverado en medio de mi ansiedad, te puedo asegurar que siempre hay esperanza, aún cuando no lo parece.
Por último, les digo a todos los que me leen ahora mismo, tengamos más empatía. Busquen aprender un poco más sobre el tema, y traten de ponerse en el lugar de las personas que tienen estas aflicciones. Hoy son ellos, pero mañana puedes ser tú. Amémonos genuinamente, ofrezcamos apoyo, no juzguemos ni nos burlemos, y oremos constantemente para que Dios se glorifique en sus vidas.
Los problemas de salud mental son reales, pero como todo problema, hay una solución. Y, como Iglesia, debemos buscar ser parte de esa solución.
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