Anoche me levanté de madrugada, como a esas de las 3 de la mañana, y fue inevitable pensar que, en ese momento, hace alrededor de 2,000 años atrás, Jesús estaba siendo arrestado. Esta semana (semana santa), la iglesia conmemora y celebra la Pasión de Cristo; es decir, Su entrada triunfal, la santa cena, Su crucifixión, y luego Su resurrección. Por lo tanto, durante esta semana nos comportamos como si estos eventos estuvieran ocurriendo, hoy. Cuando pensé en el arresto de Jesús esta madrugada, entonces, no lo pensaba como algo que ocurrió hace 2,000 años; lo imaginé como si estuviera ocurriendo en ese preciso momento.
Esto me dio un sentido de tristeza, y de maravilla, entre otras sensaciones. Mientras Jesús en ese momento estaba siendo arrestado, luego de una de las noches más largas y difíciles de Su vida (a tal punto de que Lucas nos dice que le salían gotas de sangre, evidencia de Su gran miedo y ansiedad), y le esperaba 6 horas de juicio, azote, y humillación, antes de finalmente ser crucificado, yo estaba durmiendo. Y, lo mismo pudiéramos decir de las personas hace 2,000 años atrás. El arresto de Jesús ocurrió de noche, lo cual era ilegal, precisamente para evitar que las personas se enterasen, e intentasen librarlo. Hace 2,000 años atrás, entonces, al igual que hoy, el mundo estaba durmiendo mientras nuestro Salvador estaba siendo arrestado injustamente.
Hoy es viernes santo, el día que recordamos la crucifixión de Jesús. Y, en mi experiencia durante los últimos 15 años de cristiano, es un día que tendemos a pasar por alto. No quiero decir que no lo recordamos o conmemoramos. No es que al cristiano no le importe este día. Basta con ir a las redes y ver todos los “posts” de personas conmemorando este evento. Pero, he notado que nuestra tendencia, al hablar de la muerte de Jesús, es hablar de ella por encimita, enfatizando y recordándole al mundo que también resucitó. Los protestantes, por ejemplo, usualmente tenemos una cruz en nuestros templos, como símbolo de ese sacrificio. La cruz usualmente está vacía, sirviendo como un recordatorio de que, aunque Jesús murió, también resucitó.
Y, esto no es algo malo. La realidad es que fue la resurrección de Cristo lo que cambió al mundo entero. Este fue el evento que logró convencer a Sus seguidores de que verdaderamente era el Mesías, el Hijo de Dios, y Salvador del mundo. Esto es lo que se predicaba y se ha predicado desde los inicios del cristianismo, y es el motivo de la esperanza que hay en nosotros. Por lo tanto, no tiene sentido llorar o lamentar la muerte de Jesús, sabiendo que está vivo. Sin embargo, lo mismo pudiéramos decir sobre la muerte de algún ser querido, ¿no? Si nuestro ser querido ha muerto en Cristo (creyendo en Él como su Salvador), y nosotros también somos cristianos, tenemos la esperanza de que, algún día le volveremos a ver en el cielo. Esto es una esperanza increíble. Pero, esta esperanza, ¿le resta a nuestra tristeza en el momento de su muerte? Creo que no. Quizás lo hace un poco más fácil para enfrentar, pero seguimos llorando, extrañando, y sintiendo tristeza por ese ser querido. Aunque sabemos que está en mejor lugar, nuestro amor por ellos (que, en ocasiones es egoísta) nos hace desear que nunca hubieran muerto.
De la misma forma, aunque es cierto que Jesús resucitó, creo que es importante permitir que, en este día (viernes santo), hablemos de, y sintamos, la tristeza que provoca la muerte de cualquier ser querido. Aunque, a través de Su muerte, nosotros tenemos vida, la crucifixión de Jesús sigue siendo un evento horrible, lleno de mucho dolor y tristeza. Esto es aún más cierto cuando entendemos que la razón por la cual Jesús tuvo que morir fue por nuestro pecado, no el de Él. Si nosotros nunca hubiéramos pecado, Jesús nunca hubiera tenido que sufrir esa muerte tan horrible. Nuestra relación con Dios nunca hubiera sido destruida, y por lo tanto Jesús nunca hubiera tenido que morir para restaurarla. Por lo tanto, la muerte de Jesús es algo que deberíamos de desear que nunca hubiera sido necesaria. No fue un evento bueno, aunque su propósito y resultados hayan sido buenos.
Hoy, mientras escuchaba el mensaje del predicador en mi iglesia local, no podía dejar de pensar en lo que debieron haber sentido los discípulos en este momento. Mientras escribo estas palabras, Jesús se encuentra en Su tercera hora en la cruz. En 3 horas más, habrá muerte de la manera más dolorosa que existía en esos tiempos. No existen palabras para describir, correctamente, el nivel de sufrimiento que Jesús sintió. Pero, recordemos, también, a Sus seres queridos. La mayoría de Sus seguidores y familiares tuvieron que testificar Su gran sufrimiento, impotentes, sin poder hacer nada para ayudarlo. El sufrimiento fue de tal magnitud que uno de ellos (Pedro) negó 3 veces conocer a Jesús, por miedo a ser crucificado junto a Él. Imagínate lo que se tiene que sentir para llegar a negar a la persona con quien has andado por los últimos 3 años y medio; la persona que te rescató, te amó, y quien tú piensas que es tu salvador o mesías.
Entendamos que los judíos llevaban miles de años esperando la llegada de Su Mesías. Habían pasado alrededor de 400 años desde la última vez que Dios les habló a través de algún profeta (Malaquías fue el último profeta de Israel, antes de Juan el Bautista), y lo último que Dios les había dicho era prometerles otro profeta, quien sería el precursor del Mesías (Malaquías 4:5-6). Ahora, finalmente había llegado la persona que ellos entendían que era el cumplimiento de estas promesas. Finalmente, había llegado su Salvador. ¡Cuán gozosos se debieron haber sentido!
Este gozo no duró mucho tiempo (3 años y medio). Ahora, la persona que tanto amaban, con quien habían pasado todos sus días por los últimos 3 años y medio, en quien habían puesto toda su esperanza, estaba siendo crucificado y humillado, públicamente. Además del sufrimiento que debieron haber sentido por el sufrimiento de alguien que amaban, también debemos de recordar que, para los judíos del primer siglo, el Mesías nunca iba a morir. La percepción que tenían los judíos en ese tiempo era la de un Salvador eterno, que iba a venir a librar a Su pueblo de la opresión. La llegada del Mesías iba a traer consigo un periodo de paz y abundancia, en el cual el pueblo de Dios iba a ser restaurado, bendecido, y prosperado. Esta es la esperanza que los discípulos tenían sobre Jesús.
Jamás había pasado por su mente que el Mesías podía morir. Esto es una de las razones por la cual, cuando Jesús les decía que iba a ser arrestado, azotado, y crucificado, ellos “No entendían lo que se les decía” (Lucas 18:31-34). Ellos no podían entender las palabras de Jesús porque, en sus mentes, el Mesías se supone que viviera por siempre. Esto también es una de las razones por la cual sabemos que la historia de Jesús no pudo haber sido inventada. Sencillamente, si vas a inventar una historia sobre el Mesías, jamás hubieras dicho que fue crucificado vergonzosamente. Cuando la gente escuchara esa parte de la historia, inmediatamente la hubieran rechazado como mentira ya que hubieran concluido que Jesús no era el Mesías. Si el propósito de la historia era convencer al mundo que Jesús era el Mesías, no hubieran incluido Su muerte en esa historia.
El punto es que la muerte de Jesús, para los discípulos y Sus demás seguidores (incluyendo a Su madre y a algunos de Sus hermanos), representaba mucho más que simplemente la muerte de un ser querido. Representaba la muerte de todas sus esperanzas. La persona quien ellos pensaban que iba a ser su salvador, había sido humillado y crucificado. Después de miles de años esperando, la persona que finalmente parecía ser el cumplimiento de las promesas de Dios había sido derrotado. “¿Qué vamos a hacer ahora?” debieron haber pensado. Digamos que Jesús resultó no ser el Mesías. ¿Cómo iban a poder creer y seguir al verdadero Mesías cuando finalmente se apareciera, después de esta gran desilusión?
La muerte de Jesús debió haber destruido, emocionalmente, a cada uno de Sus seguidores. Por tal razón, cuando Jesús se les aparece, 3 días más tarde, ellos se encontraban escondidos a “puertas cerradas...por miedo de los judíos” (Juan 20:19). Por tal razón los discípulos no le creyeron, inicialmente, a las mujeres cuando dijeron que Jesús había resucitado (Lucas 24:11), y Tomás no les creyó a los demás discípulos hasta que Jesús se le apareció, personalmente (Juan 20:24-29). Sencillamente, toda su fe había sido destruida, y no había forma (fuera de la Resurrección) de restaurarla.
Este es el estado en el cual los discípulos y demás seguidores de Jesús se encontraban por alrededor de 3 días. Sintieron tristeza, miedo, desesperación, confusión, y falta de fe o esperanza. Por eso, también, la Resurrección al tercer día fue tan impactante. Además de que esto no era algo que nadie esperaba (los judíos del primer siglo no creían en una resurrección individual, otra razón por la cual sabemos que la historia no pudo haber sido inventada), ellos habían estado sufriendo por 3 días enteros, escondidos por miedo a ser arrestados y crucificados. La resurrección de Cristo, entonces, no tiene tanto impacto si primero no entendemos Su muerte.
Por tal razón yo creo que es importante permitir enfatizar lo triste que es este día. El hablar y sentir esta tristeza, hoy, no le resta a la importancia de la Resurrección. No estamos pecando al lamentar la muerte de Jesús. Al contrario, estamos conmemorando lo que los discípulos debieron haber sentido, en ese momento. El enfatizar lo horrible de este evento no es una muestra de nuestra falta de fe; es demostrar que entendemos la seriedad de la muerte de Jesús. Es darle la importancia que merece Su crucifixión. Sí, es solo el preludio a la Resurrección, pero no fue algo trivial. Para los discípulos, no existía tal esperanza de que Jesús iba a resucitar. Para ellos, Su muerte fue algo increíblemente difícil de enfrentar y aceptar. Y, no es que nosotros debemos de sentir o predicar esa misma tristeza o falta de esperanza. Por algo tenemos la historia completa en nuestras manos, precisamente para que no perdamos esperanza. Pero, creo que necesitamos tomar un poco más de tiempo reflexionando sobre Su muerte.
La muerte de Jesús, que recordamos hoy, no fue un evento trivial. No es algo que debemos de pasarle por encima, ansiosos por que llegue el domingo de resurrección. Si hacemos esto, no estamos conmemorando plenamente lo que realmente ocurrió este día, hace alrededor de 2,000 años atrás. Jesús murió por nuestros pecados. Un hombre inocente, sufrió y murió en nuestro lugar. Esto nunca debió haber ocurrido, pero ocurrió por amor. Gracias a Él, nosotros tenemos la esperanza de vida. Pero, como dijo el predicador de hoy en mi iglesia local, sin muerte no hay resurrección. Por lo tanto, recordemos apropiadamente la muerte de Cristo, hoy, y no le pasemos por alto. El día de la resurrección llegará, pero no es hoy. Hoy es el día en el que Jesús venció al pecado. El domingo será el día en que Jesús venció a la muerte. Celebremos ambas, sin trivializar o minimizar una, por la otra.
Cierro con un parafraseo de una de las últimas palabras de Jesús en la cruz, y las hago mías: Perdóname, Señor, pues no entiendo lo que hago.
Comments