Un argumento que nunca me ha gustado es el argumento comparativo. Por ejemplo, “Aquel también lo hace,” o “Aquel está peor,” o “Hay cosas más importantes,” etc. Usualmente, usamos este argumento en defensa de ciertas palabras o acciones que uno mismo ha cometido, y es una variante de la frase popular, “No me juzgues.”

Uno de los momentos en el cual más vemos este tipo de argumento es cuando hay protestas en el país. Inevitablemente, algunos toman estas protestas como oportunidad para robar, destruir propiedad, o simplemente crear caos. Es interesante que la reacción inicial casi siempre es, “Esos son eventos aislados; no representan las protestas, en general.” Luego, vemos una transición a, “Esos son agentes encubiertos del mismo gobierno, que se disfrazan de manifestantes, pero en realidad solo quieren crear caos, y los medios solo les gusta la controversia.” Finalmente, vemos el argumento comparativo: “El gobierno le roba millones al pueblo, pero a ti te preocupa más que dos o tres personas rompan cristales, los cuales se pueden arreglar.”
La próxima vez que ocurra algún tipo de manifestación en Puerto Rico, pendientes a las reacciones de los manifestantes o los defensores de las protestas, y notarán que estas son las tres respuestas comunes que siempre encontramos, y casi siempre la transición de argumentos es tal como la he descrito.
Ayer y hoy hemos visto este mismo argumento, en medio de la leve controversia de Alexandra Lúgaro y su campaña de “Defiende el Voto.” No entraré en detalles sobre si en realidad ha cometido plagio o no, o si fue suficiente crear otro video detallando su intención de utilizar el video argentino (original) como base de su propio video. Cada cual tendrá su opinión sobre esos detalles. Lo que quiero enfatizar es una de las respuestas más comunes que los defensores de Lúgaro han utilizado: el argumento comparativo.
En palabras sencillas, muchos en las redes han salido en defensa de Lúgaro, diciendo cosas como, “Rosselló también lo ha hecho,” o “Pierluisi también cometió plagio, y nadie dijo nada,” o (en mi opinión) el peor de todos, “Hay cosas más importantes pasando en el gobierno, como para preocuparnos por algo como esto.”
Las primeras dos respuestas parecen ser un reconocimiento de que Lúgaro, en efecto, si cometió plagio, mientras que la última respuesta parece ser una justificación. En otras palabras, parecen estar haciendo un llamado a ignorar lo malo que hace Lúgaro, ya que esto no se compara con lo malo que han hecho otras personas. Esto es un argumento absurdo, porque, como dice la Palabra, “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (Lucas 16:10). En otras palabras, si una persona (en este caso, Lúgaro) no puede hacer las cosas bien en asuntos “pequeños” o “triviales,” ¿qué te hace pensar que hará las cosas bien en asuntos de mayor importancia?
Un problema similar lo encontré en medio de las protestas en contra del gobierno de Rosselló en el 2019. Recuerdo que me encontraba haciendo compras en Walmart, y noto una bolsa de papitas, abierta, comida casi completa, en uno de los pasillos. Luego, cuando estaba haciendo fila para pagar, noto que en una de las neveras, donde usualmente ponen jugos, agua, y chocolatina, hay una botella de refresco, media-vacía, indicando que alguien la había bebido, y simplemente la volvieron a poner en la nevera y se fueron. Recuerdo pensar, “Estamos protestando por la corrupción del gobierno, pero en algo tan sencillo como esto, nosotros estamos igual de corruptos.” Es decir, ¿con qué moral nosotros señalamos al corrupto, cuando nosotros, también, robamos y mentimos, entre muchas otras cosas? Nosotros rompemos las leyes de tránsito, intencionalmente, a diario. Nosotros mentimos en nuestras planillas. Nosotros cometemos adulterio o fornicación. Nosotros hacemos muchas cosas, más sin embargo nos enfurecemos cuando alguien intenta hacernos esas cosas a nosotros.
“Pero, no es lo mismo,” pensarán algunos. “No podemos comparar beberse un refresco sin pagar, que robarle millones al pueblo de Puerto Rico. Hay cosas más importantes que un bolsa de papitas abiertas en un supermercado.” En respuesta, yo pregunto, ¿cuándo creen que comenzó la corrupción en alguien como Rosselló? ¿Se creen que esto es algo que ocurrió de la noche a la mañana, cuando entró en el gobierno? Lógicamente, estas conductas comienzan con cosas pequeñas, y luego se traducen a cosas más grandes. La corrupción no es algo que ocurre simplemente en asuntos de grande importancia, sino que se comienza con algo pequeño, primero, y luego se va perdiendo el miedo a cometer delitos mayores. Esto no es el caso para todos, claro está, pero no podemos ignorar el patrón.
El punto aquí no es que no hay cosas más importantes ocurriendo en el país que una mera bolsa de papitas abiertas. El punto aquí es que, lo malo es malo, independientemente si existen otras cosas peores, y no podemos ignorar o justificar lo trivial simplemente porque hay asunto mayores. Más importante aún, si permitimos lo malo en asuntos pequeños, no nos podemos sorprender cuando ocurren a mayor escala. Tenemos que ser más consistentes con nuestra moral o ética.

Echando la política hacia un lado, ahora, quiero hablar de la Iglesia. Este argumento comparativo es bien común entre cristianos, y es igual o más peligroso. Si alguien me señala por algún pecado, por ejemplo, es común responder, “Pero, aquel también lo hace,” o “Tu no eres quién para juzgarme,” o alguna respuesta similar. Peor aún, en nuestras propias mentes, muchos de nosotros pensamos que mientras hay otras personas que pecan peor que yo, no hay nada malo en mis propios pecados. Quizás yo bebo de vez en cuando, pero no soy alcohólico, como aquel. Quizás yo veo pornografía, pero no estoy por ahí teniendo relaciones sexuales sin protección. Quizás me como la luz roja y guío en exceso de velocidad, pero no ando sin cinturón. Quizás miento en las planillas, pero no le estoy robando millones al pueblo. Estos son solo algunos ejemplos de pensamientos comunes, aunque no siempre los pensamos de manera consciente. Más bien, el argumento comparativo es algo que muchos de nosotros hacemos inconscientemente y de forma natural o instintiva. Esto es lo que lo hace tan peligroso. Y, uno de los problemas con este pensamiento es que, sea un pecado “pequeño,” o sea un pecado “grande,” el resultado final es el mismo: muerte (Romanos 6:23).
Pero, mientras nos sigamos comparando con otras personas, seguiremos pensando que estamos bien. Y, mientras siga pensando que estoy bien, nunca voy a cambiar. En otras palabras, si no puedo reconocer el problema (el pecado), no me es posible reconocer la solución (Cristo). El argumento comparativo, entonces, nos mantiene atados al pecado, pensando erróneamente que estamos bien (porque aquel está peor), y nos pone en riesgo de condenación eterna.
Por esto es increíblemente importante entender que el estándar con el cual nos debemos de estar comparando, no es otro ser humano, sino Cristo (1 Pedro 2:21). Y, cuando hacemos esto, nos damos cuenta de lo mal que realmente estamos. Pero, el propósito de esta realización no es llenarnos de un sentido de culpa (aunque la culpa es importante en el proceso de salvación), ni hacernos sentir que no valemos nada porque somos pecadores. Más bien, el propósito es producir arrepentimiento genuino en el corazón, lo cual nos permite recibir el perdón de Dios por nuestros pecados, y ser salvos. Otro propósito es darnos una meta digna a la cual aspirar (parecernos a Cristo), y hacernos entender que sólo por la gracia de Dios es que podemos acercarnos a esa meta. Como dice Pedro, Jesús es nuestro ejemplo a seguir, lo cual implica que es posible seguir a Cristo. Pero, si nos pasamos comparando solamente con otros seres humanos, seguiremos pensando que estamos bien, y nunca aspiraremos a algo mejor. Peor aún, nos mantendremos atados al pecado, y nunca seremos libres.
De la misma forma, si seguimos usando ese argumento comparativo en asuntos sociales o políticos, nunca creceremos. Si justificamos lo que hace una persona (Lúgaro) por lo que hace otra (Rosselló), no estaremos provocando un cambio real, sino que simplemente estaremos sustituyendo un corrupto por otro. Y, quiero aclarar, no estoy llamando corrupta a Alexandra Lúgaro. Solo estoy diciendo que la mentalidad comparativa del pueblo es increíblemente peligrosa, y mientras sigamos con esa mentalidad, Puerto Rico nunca echará hacia adelante.
El estándar para cualquier ser humano, en especial alguien que aspira al poder, debe de ser uno mucho más alto que simplemente otros seres humanos. Para el cristiano, ese estándar es Cristo. Para el no-cristiano, no sé cuál debe de ser ese estándar, pero no puede ser simplemente otros gobernantes que han hecho cosas peores. Si solo estamos comparando a Lúgaro con personas como Rosselló, pues honestamente el estándar es tan bajito que no requiere mucho para lucir bien. Pero, si alzamos el estándar, exigiendo más de nuestros líderes (reconociendo que son humanos, y que jamás van a cumplir perfectamente con esos estándares), estamos diciendo que queremos más, que queremos ser mejor, que queremos crecer, y que no nos conformaremos con más lo mismo.
Abandonemos ese argumento comparativo que nos ha traído hasta aquí. No digamos, “Aquel está peor.” Digamos, “Podemos ser mejor.” No aspiremos a estar “bien” en comparación con los que están mal. Aspiremos a ser ejemplos a seguir. Y, sobre todo, en especial para el cristiano, no digamos, “No me juzgues,” como justificación de nuestros pecados. Mejor digamos, “Quiere ser como Cristo,” y de esa manera ser luz para el mundo.
Comments